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Nada hacía presagiar al comienzo del verano que éste iba a dejarnos una
serie de imágenes que quedarán imborrables en nuestra memoria. Ya con la
pérdida del mundial en Brasil nos despertamos de un sueño que arrastrábamos durante
cuatro años, y aunque el Tour de Francia nos dio un pequeño respiro, nos
tuvimos que conformar con el cuarto puesto para Alejandro Valverde. Esto fue el
comienzo de una larga lista, a la que se le añadió la tragedia del avión MH-117
de Malaysia Airlines, los muertos y desplazados en Ucrania, la violencia en la franja de Gaza, los
bombardeos en Iraq, las víctimas que dejan sus vidas en el mar persiguiendo sus
sueños, sin olvidar a la epidemia que amenaza desde Africa occidental y que ya
tantas vidas se ha llevado. Ha sido un verano que nos atrapó en una espiral de
luces y sombras.
Con la llegada de septiembre nos asomamos a la magia del otoño, y con el
cambio de las horas crece el anhelo de nuevas imágenes positivas que rompan con
las polémicas agresivas de la actualidad. Decía el poeta francés Stéphane
Mallarmé, que todo en el mundo existe para desembocar en un libro.
Deberíamos buscar en ellos, en los
libros y en el arte en general, un lenguaje diferente, solidario y
constructivo, preludio de diálogos de inteligente interpretación. No solo la
literatura, también la música y la pintura transmiten emociones y generan
diálogos entre las distintas culturas. Leer un libro, asistir a un concierto o
visitar un museo se convierte de esta manera en una aventura en la que cada
letra, cada melodía, cada objeto de arte hablará su propio idioma y tendrá
también su historia. Esto nos hará formar parte de una relación que deseamos
sea diversa y respetuosa, tolerante con cada una de nuestras vivencias, que
acepte nuestras emociones ante lo que cada uno de nosotros consideramos nuestro
ideal. Todo esto lo puede hacer el arte que, como medio de comunicación entre
los hombres, rectificará esas imágenes de hostilidad y lágrimas que nos
acompañaron este verano.
Desde esta perspectiva me sentía animada cuando visité en La Haya el museo
Mauritshuis, considerado uno de los más bonitos del mundo. Este
edificio, construido entre los años 1633 y 1644, fue la residencia de Johan
Maurits van Nassau, gobernador general de los territorios holandeses en Brasil.
Desde 1822 acoge una colección de pinturas de unos 800 cuadros de los más
famosos pintores del Siglo de Oro holandés. El museo tiene un carácter
íntimo y conservador que no ha perdido su identidad durante los dos años que
estuvo cerrado por reformas. El cambio no ha sido tan radical como puede
pensarse. El edificio sigue manteniendo un estilo aristocrático y elegante,
merecedor de ser llamado palacio de azúcar, nombre que le dieron en el
siglo XVII al ser considerado demasiado caro y grande para ser una vivienda
familiar. Lo más llamativo de las obras es su entrada que nos recuerda, en una
forma más discreta, a la del museo Louvre en París, y un llamativo ascensor
completamente de cristal, instalado en el vestíbulo e integrado en la
decoración del museo. Las obras de ampliación se han realizado de forma
subterránea, uniendo el museo con el edificio situado al otro lado de la calle.
De esta forma gana el doble de su superficie original.
Mientras duraban los trabajos, la colección del museo ha estado alojada en
otras direcciones, y algunas de las pinturas han hecho largos viajes. Una de
ellas, La jóven de la perla, de Vermeer, ha sido una gran viajera que ha
llegado hasta Estados Unidos y Japón. Este afán aventurero le han dado popularidad.
No siempre ha sido así. Hasta el siglo XIX, Vermeer, no tuvo la admiración que
alcanzó después. Este cuadro, más pequeño de lo que yo suponía, no tenía muchos
admiradores cuando lo visité por primera vez. Me atrajo el misterio que rodea
su figura, el no saber su identidad, la mirada que tampoco descubre nada, y
sobre todo, la maravillosa técnica del pintor. Entonces pude acercarme hasta el
mismo cuadro tanto como me pareció. La fama de hoy la hace más distante. Está
rodeada de una balustrada de madera que mantiene al que la visita a distancia.
Pero no fue ella, ni las nuevas medidas de protección impuestas a un público
impaciente por verla, lo que hizo que no me detuviera, sino esa aglomeración de
tantos interesados, armados de toda clase de aparatos fotográficos, como una
masa de admiradores a la caza de un autógrafo de su artista preferida. Lo dejé
por imposible hasta otra nueva ocasión.
Hay en el museo otro tesoro al que le han dado un lugar preferente. En uno
de los muros tapizados de seda cuelga un cuadrito de un pequeño jilguero,
sujeto con una fina cadena a un pedestal o comedero. La contemplación de este
inocente pajarillo te emociona y puedes entender la tristeza que ves en sus
ojos por su cautiverio. Es el jilguero de Carel Fabritius, pintor
holandés nacido en 1622. Murió muy jóven, en 1654, en una explosión de pólvora
en Delft. En ese accidente se perdieron muchas de sus obras. El jilguero
atado, como también se conoce a este cuadro, está pintado con ternura.
Tampoco era un cuadro muy visitado, que colgaba con discreta humildad entre las
muestras de los grandes pintores del Siglo de Oro holandés. Todo cambió con la
publicación del libro de Donna Tartt, escritora americana, a la que el cuadro
le sirvió de inspiración. Sin embargo, esta tarde durante mi visita, parecía
como olvidado de todos, entusiasmados por el regreso de la chica de Vermeer.
Una oportunidad que aproveché para volver a ver este precioso óleo, sin que en
este caso encontrara impedimentos para acercarme a él.
Muchos se preguntarán qué tiene este pajarillo para atraer de esta manera
la atención. Este es uno de los últimos trabajos del pintor antes de perder la
vida. Desde que se traslada a Delft su estilo cambia progresivamente dejando
atrás los oscuros pinceles de Rembrandt y acercándose a la luz de Vermeer. Esta
pequeña obra, óleo sobre madera,
destaca por su fondo luminoso, los colores y la viveza de los trazos que
parecen dar vida al pajarito. El cuadro es una muestra excelente de un
ilusionismo expresivo que nos hace creer que el jilguero está realmente delante
del cuadro. Es lo que se conoce como trampantojo.
Agosto, 2014
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